La Dieta Mediterránea: una perspectiva global

La dieta Mediterránea es mayoritariamente vegetariana, incluyendo pasta, legumbres, toda clase de verduras de estación, aceite de oliva, queso en ocasiones, con frecuencia vino y que suele terminar en fruta.

Es una dieta baja en grasa saturada y baja en colesterol. La diferencia más notable con la dieta occidental (Centro, Norte de Europa y Estados Unidos) es el menor consumo de carnes y productos lácteos en la Dieta Mediterránea y el consumo habitual de fruta como postre y no de dulces.

Una escasa cocción y el uso de hierbas y especias (perejil, tomillo, albahaca, ajo y cebolla) es lo característico de los métodos culinarios para la preparación de los alimentos en esta dieta, así como el consumo de alimentos frescos, con menor almacenaje, lo que implica la menor pérdida de nutrientes.

Los nutrientes y componentes más destacados de este tipo de dieta son los glúcidos complejos, la fibra, las grasas monoinsaturadas, proteínas (pescado, pollo, huevos, algo de lácteos, cereales y leguminosas) y resveratrol y algunos otros componentes de interés del vino.

Es una dieta baja en grasas saturadas, ácidos grasos trans, colesterol y sal y abundante en terpenos y diversos compuestos antioxidantes, tales como flavonoides, carotenoides, vitamina E y vitamina C.

Constituye un modelo de lo que se entiende hoy por los especialistas en nutrición como una alimentación saludable, ya que además de aportar los tipos y proporciones de macro y micronutrientes más adecuados, origina una menor producción de radicales libres, aporta antioxidantes y otras sustancias –fitoquímicos- beneficiosas para el ser vivo. En resumen, la dieta mediterránea promueve un menor estrés oxidativo y aporta mecanismos eficaces de defensa frente a los radicales libres que se puedan generar.

Conviene destacar que son fundamentalmente las frutas y verduras de la dieta las que aportan los nutrientes y fitoquímicos con actividad antioxidantes tales como los vitaminas A, C y E, carotenos, licopeno, sulfuros orgánicos, ubiquinonas, polifenoles, incluyendo los bioflavonoides, así como sustancias protectoras del cáncer, como los índoles, la fibra, el selenio, estroles, inhibidores de proteasas y las propias sustancias antioxidantes antes citadas.

Entre los componentes de la dieta que protegen de las enfermedades cardiovasculares cabe destacar la fibra, los antioxidantes, los ácidos grasos monoinsaturados y su rico contenido en potasio y en ácido fólico.

Se debe recordar que el aceite de oliva se considera un componente importante de la alimentación saludable, lo que se basa en su alto contenido en ácidos grasos monoinsaturados – ácido oleico- con su efecto antitrombótico, su capacidad de elevar el HDL-colesterol, sin cambiar o incluso disminuyendo el LDL-colesterol, limitando la oxidación de estas lipoproteínas y facilitando el consumo de cantidades importantes de verduras y legumbres. Además hay evidencia de su uso durante miles de años, sin aparentes efectos negativos.

El potencial efecto beneficioso del consumo moderado de vino tinto, al que se la ha atribuido la explicación de los bajos niveles de mortalidad cardiovascular de los franceses, a pesar de la abundancia en grasas saturadas de su dieta, podría depender de su riqueza en polifenoles, incluyendo flavonoides, con su efecto antioxidante.

Es importante señalar que, además de la dieta, en la zona mediterránea pueden haber influido favorablemente en mantener la longevidad en un buen estado de salud el que, en general, sea una población activa físicamente, con una menor frecuencia y un menor grado de obesidad, que en los países con mayor riqueza (Norte de Europa y Estados Unidos) y un estilo de vida con una rica actividad social y familiar entorno a las comidas, así como la siesta, que conlleva un descanso y una relajación, que en parte neutraliza el gran estrés de la vida moderna.