03 Apr Ejercicio en la segunda mitad de la vida
Aunque la práctica del ejercicio físico es un hábito de vida beneficioso por sus efectos promotores de la salud, en muchos casos su prescripción está dirigida tan sólo a conseguir una mejora desde el punto de vista estético dada su acción sobre la composición corporal. Sin embargo, la trascendencia de los beneficios de una vida físicamente activa va mucho más allá de dichos efectos, habiéndose podido evidenciar una reducción del riesgo de muerte por cualquier causa de hasta un 40% en aquellas personas cuyo gasto calórico debido a la actividad física supere las 2.000 Kcal semanales.
Aunque los efectos del ejercicio sobre el sistema músculo-esquelético sean los más evidenciables a primera vista, el estímulo provocado por esta actividad repercute sobre la funcionalidad de la mayoría de los órganos y sistemas de nuestro organismo. Así, y dada la trascendencia de la patología del sistema cardiovascular como principal causa de mortalidad en el mundo occidental, los efectos concretos del ejercicio sobre este sistema consiguen modificar la mayoría de los factores de riesgo, actuando sobre procesos energéticos, metabólicos, inflamatorios, antioxidantes, endoteliales, circulatorios y miocárdicos.
El ejercicio físico es un conjunto de proceso encaminados a responder a una demanda energética específica del sistema musculo-esquelético, para cuyo fin se coordina la actividad de un gran número de órganos y sistemas. Desde este punto de vista, el ejercicio supone globalmente un estímulo para la funcionalidad de todos los órganos implicados en dicha actividad. Este estímulo es un proceso en el que predominan los fenómenos de tipo catabólico con pérdida energética.
Una vez finalizado dicho estímulo, y cuando las condiciones fisiológicas son adecuadas, se produce en cada órgano una respuesta contraria y de mayor magnitud, encaminada a contrarrestar los efectos catabólicos promovidos durante la actividad física.
En resumen, cada tipo de actividad física concreta (según su modalidad, intensidad, duración, etc.) determina unas respuestas específicas en cada sistema orgánico. Por ello, la prescripción del ejercicio físico debe realizarse individualmente dependiendo de los efectos concretos que se quieran promover.
De forma general, se sabe que el tipo de ejercicio más recomendable para mejorar la salud es el isotónico y de intensidad aeróbica, dado el número de sistemas implicados en este tipo de actividad. Sin embargo, son cada vez más numerosos los estudios que muestran efectos beneficiosos de los ejercicios de potenciación muscular, incluso sobre el riesgo de mortalidad cardiovascular. Por todo ello, es recomendable que la prescripción del ejercicio físico se dirigiese a mejorar las principales cualidades físicas, (fuerza, resistencia, flexibilidad y velocidad) ya que todas ellas pueden contribuir a mejorar conjuntamente no sólo la expectativa sino también la calidad de la segunda mitad de la vida.
En conclusión, a pesar del declive físico debido al envejecimiento, la capacidad de mejora de las cualidades físicas no está determinada por la edad, siendo posible aumentar el rendimiento de dichas cualidades en cualquier momento de la vida si se produce un estímulo físico necesario y adecuado. Pero, la trascendencia de la capacidad de mejorar estas cualidades no reside en el propio rendimiento físico, sino en la relación existente entre la fuerza y la resistencia (VO2max) y la disminución del riesgo de mortalidad.