La edad que aparentamos depende de varios factores entre ellos la herencia genética, pero también lo
es la forma en la que cuidamos nuestra piel. Una piel joven y radiante tiene un aspecto sano que va desapareciendo al envejecer, y perder la piel su capacidad para retener la hidratación. La piel se vuelve más seca, pierde elasticidad y comienza a mostrar los efectos de la constante exposición a los elementos y la contaminación. Algunos de los cambios que acompañan al envejecimiento de la piel son naturales e inevitables, otros son los daños causados por factores externos, como la exposición a las radiaciones UV, que forman el proceso conocido como “envejecimiento extrínseco”. Cuando nuestra piel envejece, las sustancias naturales que ayudan a retener la hidratación disminuyen, causando una mayor sequedad; asimismo, se ralentiza la renovación celular, degradándose la red de colágeno y elastina, responsable de la firmeza de la piel, y la producción del pigmento natural, la melanina, puede verse alterada. Todos estos cambios se traducen en signos visibles del envejecimiento de la piel, principalmente: arrugas y líneas de expresión, textura de la piel no uniforme, pigmentación desigual, falta de luminosidad, poros visibles, manchas de edad y sequedad de la piel.
Uno de los signos más visibles del envejecimiento cutáneo es el incremento de arrugas en el rostro. Esto ocurre de manera natural con el tiempo, y se han identificado por ciertos cambios bioquímicos, histológicos y fisiológicos en la piel, cambios que se pueden ver acelerados por la exposición a agentes externos.
1. Se pierde la disposición exacta de las capas
2. La epidermis se vuelve más delgada
3. Disminuye la cantidad de melanocitos. Los que quedan son más grandes. Así la piel parece
más delgada, pálida y traslúcida. Aparecen manchas
4. Las fibras elásticas de la dermis pierden firmeza y dan lugar a arrugas
5. Los vasos sanguíneos se vuelven frágiles
6. Las glándulas sebáceas producen menos grasa y se pierde humedad en la piel